En la alcoba del sultán
Félix Moati, Pilar López de Ayala, Iliès Kadri, Jan Budar
- 97 min.
1901, o aventureiro e operador dos irmáns Lumière Gabriel Veyre desembarca no País de Nour cun contrato de tres meses para introducir o Venerable Sultán nos misterios do cinematógrafo. Unha ilusión fantasmagórica, humorística e aterradora pero debidamente científica sobre os pioneiros do cinema.
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Fóra de serie
En la alcoba del sultán
Versión lingüística:VOSEFormato:DCPPresentacíón e coloquio: Javier Rebollo.
- Ano:2024
- Países de produción: España, Francia
- Guión: Javier Rebollo, Luis Bértolo
- Fotografía: Santiago Racaj
- Montaxe: Marine de Contes, Márton Tarkövi
- Produtora(s): Paraíso Production, Sideral, Eddie Saeta, Noodles Productions
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Entrevista a Javier Rebollo e Pilar López de Ayala
Pepa Blanes (El cine en la SER)
Trailer
VOSE
Crítica do filme
Carlos Losilla (Caimán. Cuadernos de cine)
No es esta una película autosatisfecha y complaciente, ni se trata de un juego cinéfilo para iniciados, como podría parecer a primera vista. Igualmente, aunque su punto de partida es un personaje real –Gabriel Veyre, operador de los hermanos Lumière que acabó dando con sus huesos en Marruecos protegido por el Sultán Abd El Aziz para investigar la esencia de la imagen en movimiento–, ese material tampoco da lugar a un biopic, ni a un film de aventuras exóticas, ni a una crónica sobre la llegada del cine al norte de África… En la alcoba del sultán es todo eso y mucho más. Para empezar, se integra en la gran tradición española de películas sobre la naturaleza del cine, de Vida en sombras (1949) a Arrebato (1979) o Tren de sombras (1997), engrosando la nómina a modo de artefacto escurridizo, volátil, que finalmente renuncia incluso a esa voluntad de indagación ontológica para dedicarse a asuntos más prosaicos que, por supuesto, no voy a detallar aquí. Luego, convierte esa herencia en un relato fragmentario, contado a ráfagas, entre el mito y la ironía, adoptando la distancia suficiente como para poder viajar de uno a otra sin perder intensidad y emoción. Y, en fin, termina siendo una crónica a la vez exultante y desencantada, no tanto acerca de las imágenes del pasado como del modo en que puede hacerse ahora mismo algo con ellas. ¿Qué exactamente?
Javier Rebollo, en su primer largometraje desde El muerto y ser feliz (2012), recurre al intervalo y al desvío para despiezar un relato que siempre se nos escapa, como si nunca encontrara el tono adecuado. Lejos de constituir un defecto, sin embargo, esa estrategia de la vacilación resulta sumamente fructífera y estimulante. Con materiales procedentes de aquí y de allá, desde bandas sonoras ajenas a carteles o fotografías, y con una narrativa voluntariamente fragmentada, el conjunto se presenta como un puzle, pero también como una pugna constante por construir un relato coherente, una lucha que se revela hermosa por imposible. Las referencias son incontables, desde el modo de reconstruir el escenario africano a lo Pasolini hasta la música que se interrumpe a sí misma a lo Godard, pero nunca actúan a modo de cita o fetiche, sino que se entrometen en el discurrir de las imágenes para problematizarlas, para ponerlas en duda. Y el lado más teórico del film, aquel que especula sobre la condición espectral de la imagen o la imposibilidad de capturar por completo lo real, desemboca finalmente en una reflexión político-económica que explica por qué el cine acabó incumpliendo sus promesas iniciales. No esperen nostalgia alguna del discurso astillado de Rebollo, no obstante, sino más bien una celebración del fracaso, el goce y la belleza que procura. Pues esta es una película inabarcable de puro insensata, que enseña a disfrutar de lo imposible.