THOM ANDERSEN
Del 4 de abril de 2018 al 12 de abril de 2018
The cinema must restore our belief in the world (...) before or beyond words.
Gilles Deleuze
Una de las expresiones más extrañas de la cultura contemporánea es la cinefilia en su sentido más puro: el amor al cine. La cinefilia es algo que se vive, que se transmite, que se trata con el extremo cuidado de las cosas frágiles. Los filmes buenos salvan la vida de los cinéfilos, reponen una cierta bondad intrínseca del mundo. Si no fuese por los filmes, por las clases o por las palabras, por lo menos Thom Andersen sería un cinéfilo, alguien que no distingue en el mundo el cine del no-cine.
Profesor de la prestigiosa CalArts, escuela de arte en los Ángeles, Andersen, nacido en Chicago en el año 1943, es un cineasta de afectos que compone una filmografía no muy extensa, pero particularmente bien articulada y pensada con detalle. Es quizás su faceta pedagógica la que nos obliga, poco a poco, a volver a mirar al cine o a lugares de memoria (una vez más, no importa si esos lugares pertenecen e las imágenes en movimiento o a la realidad cotidiana), descubriendo lo que está detrás, la tensa política del mundo en cada rostro de una estrella de Hollywood o del mural comunitario perdido en un callejón de los Ángeles.
Formado en la USC School of Cinematic Arts, de los Ángeles, Thom Andersen hace sus primeros trabajos académicos ya en los años sesenta, con los cortometrajes Melting (1965), --- ------- (1966–67) (también conocido como The Rock n Roll Movie) y Olivia's Place (1966/74). Es, sin embargo, con su primer largometraje que el realizador produce su primer trabajo con aliento, al analizar la arqueología del cine en los trabajos del fotógrafo, pionero y experimentador Eadweard Muybridge. En este filme, Andersen muestra ya su agudeza en el análisis de la política de las imágenes y de su propia producción. En este sentido, veremos, aquí y en filmes posteriores, la forma en que su trabajo rescata las imágenes perdidas en los archivos del tiempo y mira para ellas con una nueva mirada, comprometido en una visión marxista del mundo: quién explora y quién es explorado.
Por ejemplo, con Red Hollywood, de 1996 (realizado con Noël Burch), Thom Andersen analiza los trazos comunistas de guionistas y realizadores que fueron silenciados en la historia del cine tras la caza de brujas protagonizada por el senador Joseph McCarthy y de la que resultó una lista negra de estos y de otros autores. En este filme, el cineasta va, pacientemente, desocultando esas imágenes y sonidos, viendo en ellos la marca de la denuncia social y de un reverso total del cine de estrellas de Hollywood. Es un filme de extrema pedagogía (y fue editado también un libro homónimo) y lanza, definitivamente, el método de trabajo que culminó en su obra maestra: Los Angeles Plays Itself, filme que comenzó por ser un conjunto de clases que Andersen impartía en CalArts.
Los Angeles Plays Itself es un vídeo-ensayo avant la lettre en que desmonta la representación del espacio en el cine. Para Andersen, el espacio es un factor político porque implica una relación del realizador con quien es retratado. En Los Angeles, el cineasta muestra cómo la ciudad es utilizada de forma caótica, anacrónica o cómica, precisamente por ser la meca del cine y donde todos los estudios se encuentran. Por eso mismo, Andersen muestra los filmes verdaderamente concordantes con la realidad del espacio, con aquello que es más hondamente identitario de la ciudad, en contraste con aquellos en que la ciudad es un mero estudio para inventar otras realidades. El método será siempre el mesmo: extractos de filmes montados sobre una voz en off cristalina, pedagógica e incluso irónica. Es, así, la ironía una de las marcas del realizador, como si solo mirando de esa forma fuese posible afrontar la máquina industrial de Hollywood.
La ironía es, muchas veces, asociada a una asumida nostalgia – una de las marcas de un cinéfilo incorregible: saber que el gran cine es raro y que el pasado encierra obras determinantes de la historia del arte. Esa nostalgia, junto a una vertiente más política, está presente en Get Out of the Car, en la que Andersen muestra cómo Los Ángeles está en un proceso de encerrar el pasado. Curiosamente, este cortometraje es muy divertido – por los apartes del propio Andersen – y la ironía está pues patente en su título: Los Ángeles – la ciudad de las grandes autopistas – necesita volver a mirar a sí misma, caminar por sus callejones y por sus calles.
La ruina, el pasado y aquello que desaparece con el tiempo está presente también en el filme más portugués del cineasta: Reconversão, una obra realizada en Portugal y sobre la obra del arquitecto portugués Eduardo Souto de Moura. Cambiando el 16mm nostálgico de Get Out of the Car por una técnica de timelapse inventada por su colaborador y cineasta Peter Bo Rappmund, en la que el tiempo parece suspenso, se revela cómo la obra de Souto de Moura es tanto construcción como ruina (es sintomático que una de las obras más vibrantes de este documental sea un edificio que el arquitecto proyectó sobre la ruina de un anterior proyecto suyo).
El trabajo de Thom Andersen puede ser comparado con el de un arqueólogo que rescata las imágenes y les da nuevos sentidos, provocando una revuelta de las propias imágenes, ahora aisladas y trascendidas de las narrativas donde estaban insertadas. Eso es evidente en The Thoughts That Once We Had (2015), una historia personal del cine, que vuelve al sentido pedagógico-político de Los Angeles Plays Itself, pero ahora en una inclusión absoluta de las imágenes en movimiento y de su historia. El filme es una especie de gloria del cinéfilo, una voluntad de ver el mundo a través de estos filmes y con ellos provocar una ruptura en el devenir capitalista del futuro. Para eso, Andersen escribe en el final de este filme: “To those who have nothing must be restored the cinema”. El cine como salvación del mundo es, pues, en la cinefilia extrema de Thom Andersen, un arma de revolución.
Daniel Ribas (del catálogo de Posto / Post / Doc 2015)