
Raúl Veiga: variaciones sobre amor e identidad
Del 13 de mayo de 2025 al 16 de mayo de 2025
¿Por qué, en tantos años, apenas he conseguido dirigir estos filmes? Porque una de las primeras cosas que aprendí en mi odisea por las procelosas aguas de Cinema es que resulta indispensable mantener el control de la producción si queremos que el dinero alimente exclusivamente el filme y no los intereses adyacentes de costumbre. No hay duda: producir un filme es aún más difícil que escribirlo o dirigirlo, porque, al cabo, esto solo depende de una persona y de un equipo, respectivamente.
Ojalá pudiese decir, con Camões, “erros meus, má fortuna, amor ardente/ em minha perdição se conjuraram” [errores míos, mala fortuna, amor ardiente/ en mi perdición se conjuraron], pero no sé qué otro camino podría haber seguido para conseguir que guiones como Pacto de caballeros o El señor de los filmes llegasen a producción (o haber sido yo quien dirigiese Contó Rosalía). Retomo entonces el pie del verso camoniano para conectar con el título del ciclo que la Filmoteca ha querido construir, porque si algún nexo existe entre los filmes que van a ser proyectados es el más delgado y resistente hilo que une a los seres humanos, el de los afectos, estén o no unidos al deseo, y sí, siempre, a la comunicación y la vida de nuestra identidad individual y colectiva.
Amor, identidad, memoria, tres palabras que también son la carta de navegar de mi último filme, ahora en posproducción, Otros amarán lo que yo amé (título castellano), donde regresa con agudeza otro núcleo crucial de La mitad de la vida: la preocupación por la forma en la que los gallegos viven su ser y no ser y la sombra nada rosaliana que desciende día a día sobre el futuro de la lengua gallega, alimentada por la pasividad irresponsable de tantos políticos y ciudadanos.
La mitad… ofrece otra de las razones que justifican este ciclo: dar al público de estas tierras la oportunidad de ver el filme como nunca ha sido visto, esto es, en la forma que solo adquirió veinticinco años después de su primer nacimiento, estrenada en el Festival de Ourense en plena pandemia y, por lo tanto, con audiencia necesariamente limitada. Ese fue el primer largometraje que realicé (antes había escrito Continental y colaborado en el rodaje, bautismo de sangre que se convirtió en infección incurable de la que salió la hemorragia expresa en los restantes filmes) y, naturalmente, no podía saber lo que después fui aprendiendo con el ejercicio de los años y los metros rodados.
Así fue que en 2005 introduje en él unos primeros ajustes, pero la evolución de la tecnología permitió que, en 2019, hiciese, contando con la ayuda de Guillermo Represa, una reconstrucción más profunda, de donde salió el que debía haber sido montaje original del filme. Para darle forma final resultó decisiva también la intervención del director de fotografía, Juan Carlos Gómez, que hizo reaparecer matices antes solo vistos en las proyecciones del laboratorio. Él fue y es mi luz en todos estos filmes.
La mitad… intentó hacer cine gallego en sentido fuerte, esto es, con rodaje en gallego, producción y reparto gallegos, en una época en la que eso constituía una osadía hoy difícil de concebir. Abrió colaboraciones con empresas portuguesas, en una perspectiva (la del continuo Galicia-Portugal) que también está presente en Otros amarán lo que yo amé. Creo que no me equivoco al decir que el filme sigue vivo, con capacidad de interpelarnos, y recuerdo con calor los largos ensayos a que me entregué con los actores, entonces casi sin experiencia en el cine, a partir de los materiales que para ellos escribía, método de trabajo que había iniciado en Continental. Desgraciadamente, Ernesto Chao y Marisa Soto ya nos han dejado y quiero rendirles el homenaje debido.
Años después conseguí armar Arde amor y ahí el diseño de producción del filme tuvo que cambiar para poder financiarlo: donde iban a estar actores gallegos protagonistas y rodaje en gallego acabé trabajando con un elenco que aportase “valores de producción” para los emisores televisivos y rodando en castellano. Sin embargo, eso tuvo el efecto benéfico de dar inicio a mi amistad con Chete Lera, un actor con quien construí una complicidad especial y que, en un accidente inexplicable, también nos dejó hace, para mí, poco tiempo, porque no lo olvido y, por eso, lo he hecho volver a vivir como personaje latente en mi filme en curso.
Arde amor está habitado por una larga interrogación sobre el amor romántico, las dimensiones vitalizadoras y también potencialmente destructivas de la pasión, como esta ha sido entendida a lo largo de nuestra historia cultural, en nueva vuelta de tuerca al lugar común del “mors amor”. No voy a enumerar los temas del romanticismo (también la ironía romántica) que se conjugan en el filme porque, en verdad, podríamos ir hasta los trovadores, Shakespeare o Goethe, sin pedantería de ningún tipo.
Con la “muerte de amor” dialoga uno de los cuatro casos clínicos dramatizados en El médico atento, precisamente el protagonizado por Chete Lera (brillantísimo Ranxel en Arde amor), donde el motivo se invierte en la vida de Juvenal, la historia del médico seriamente enfermo que se convierte en punto de llegada de un filme donde tres internistas (encabezados por Fernando Diz-Lois) reflexionan sobre la naturaleza del encuentro entre el médico y el paciente y su indispensable papel en cualquier forma de medicina centrada en la cura del ser humano.
Lo confieso: soy un obsesivo y este es el único trabajo de los dirigidos por mí que no me hace sufrir, porque siempre veo, sobre todo, las imperfecciones, los detalles que no han quedado como debían (soy tan rico en intenciones como limitado en dinero). Hay en El médico atento una articulación entre el documental y la ficción que me parece rara, porque la ficción permite concluir el filme en clímax y así cerrar con perfección la búsqueda de la clásica armonía entre “docere” y “delectare”.
Había, en mis tiempos de apasionado amante del jazz, un disco que recopilaba la obra de Fletcher Henderson titulado A study in frustration. He recordado esa frase muchas veces, porque querría haber hecho muchos más filmes, pero en un “libro de escolaridad” escribí, cuando era un chaval, que quería ser director de cine y he conseguido andar parte del camino que a tal destino apuntaba. Menos mal.
por Raúl Veiga
Foto de Beni Alonso.