Albertina Carri: territorios mutantes y cartografías queer

Albertina Carri es una de las autoras más irreverentes y a contracorriente del panorama argentino actual. Su diversa obra, que alterna ficción y documental, ha usado técnicas como el found footage o la animación; ha realizado ficciones más o menos convencionales, pero también provocadores cintas eróticas. Con la máxima de que lo personal es político, algo que parece mantenerse firme en su filmografía es el hecho de que explorando su propia experiencia, acaba siendo capaz de componer retratos colectivos de la Argentina que le ha tocado vivir.

Su primera gran obra, Los rubios (2003), partía del trauma de perder a sus padres, desaparecidos por la dictadura militar, para realizar un complejo retrato generacional. No pudiendo representar lo invisible, recurría a figuras de playmobil para algunos pasajes. A la memoria histórica volvería en Cuatreros (2016), hecho principalmente en montaje, partiendo de material de archivo sobre la resistencia de los gauchos para acabar desembocando en su herencia personal, como si realizase un viaje a la inversa de la imagen al recuerdo, y no del recuerdo a la imagen –eje vertebrador de Los rubios–.

Abiertamente homosexual, Carri se ha caracterizado siempre por representar sexualidades fuera de la norma heteropatriarcal. En Géminis (2005), una de las películas de este ciclo, habla sin tapujos de sexo entre hermanos. Pero es con sus dos últimos largometrajes, Las hijas del fuego (2018) y ¡Caigan las rosas blancas! (2025), con las que se ha atrevido verdaderamente a atacar los pilares de la representación tradicional del deseo femenino en el audiovisual, mostrando con orgullosa actitud militante cuerpos fuera de lo normativizado que disfrutan lúdicamente y sin complejos de su sexualidad.

El estreno de su cinta más reciente, presentada hace muy poco en el festival de Rotterdam, nos da la oportunidad de conocer su obra en diálogo con la autora, que visitará la filmoteca.