La flauta mágica
Trollflöjten
Josef Kostlinger, Irma Urrila, Hakan Hagegard, Elisabeth Erikson, Jane Darling
- 135 minutos
Adaptación para la televisión de la famosa ópera de Wolfgang Amadeus Mozart, en la que el valeroso Tamino intenta rescatar a la princesa Pamina del cautiverio al que la tiene sometida Sarastro.
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Cineclube Valle-Inclán
La flauta mágica
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- Ano:1975
- Países de producción: Suecia
- Guión: Ingmar Bergman, Emanuel Schikaneder
- Fotografía: Sven Nykvist
- Montaje: Siv Lundgren
- Productora(s): Sveriges Radio Productions
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El séptimo vicio – Katinka Faragó, con Bergman desde los 16 años
Entrevista con Katinka Faragó, productora que compartió con Bergman buena parte de su filmografía. En ella, se detiene especialmente en La flauta mágica.
Fragmento del filme
Sin subtítulos
Images: My Life in Film
Ingmar Bergman
Tenía doce años cuando vi La flauta mágica por primera vez en la Ópera Real en Estocolmo. [...] Ya tenía por entonces mi teatro de marionetas. Representaba cualquier historia con la que me topase en recopilaciones de cuentos de hadas para niños. Éramos cuatro, más o menos de la misma edad, en ese teatro. [...] Hacíamos nosotros todo: las marionetas, los trajes para cada una, el escenario y las luces. Teníamos un escenario giratorio, una escenografía que podía bajarse y un fondo curvo panorámico. Gradualmente nos volvíamos más sofisticados en nuestras elecciones de las obras. Cada vez más, comencé a buscar obras que requiriesen iluminación complicada y cambios frecuentes de escenografía. Por lo tanto, parecía natural que La flauta mágica comenzase a ocupar un gran lugar en la imaginación de la directiva de este teatro. Una noche el director vio La flauta mágica representada y decidió montar una producción de la obra. Desafortunadamente, el proyecto se cayó porque era muy caro para nosotros comprar una grabación completa de la ópera.
La flauta mágica se convirtió en mi compañero vital. [...] Algo después fui al Teatro Municipal de Malmö. En la escena principal se producían al menos dos óperas por temporada y yo voté ardientemente para montar La flauta mágica. Me moría por dirigirla yo. Podía haber ocurrido si el teatro no hubiese contratado a un director de ópera alemán de la vieja escuela ya para todo el año. Tenía unos sesenta años y había dirigido a lo largo de su extensa carrera la mayoría de las óperas que existían. Era natural que fuese él quien dirigiese La flauta mágica, una obra que es un monumental mastodonte con decorados muy pesados. Para mí, la decepción fue doble.
Hay otra línea que se cruza en mi amor por La flauta mágica. De niño me gustaba pasear por ahí. Un día de octubre me marché a Drottningholm (en Estocolmo) para ver su teatro barroco del siglo XVIII. Por algún motivo la puerta estaba abierta. Entré y vi por primera vez la cuidada restauración barroca del teatro. Recuerdo con claridad que fue una experiencia que me hechizó: el efecto del claroscuro, el silencio, la escena. En mi imaginación siempre vi La flauta mágica viva en ese viejo teatro, en esa intensa concha acústica de madera, con su suelo inclinado, su telón de fondo y sus palcos. Aquí yace la noble y mágica ilusión del teatro. Nada es, todo se representa. En el momento en que el telón asciende, se manifiesta el acuerdo entre el escenario y el público. Y ahora, juntos, ¡crearemos! En otras palabras, es obvio que el drama de La flauta mágica debiera desplegarse en un teatro barroco.
La semilla se plantó a finales de los sesenta. Durante años la orquesta de la Radio Nacional Sueca había dado conciertos públicos en el Circo en Djurgården. [...] Una noche coincidí con el responsable del departamento en la radio nacional, Magnus Enhörning. Nos sentamos a charlar durante el intermedio y señalé que éste sería el lugar ideal para representar el Edipo Rey de Stravinsky. “Hagámoslo”, me dijo. [...] Enhörning me preguntó si tenía otras sugerencias que proponer y me escuché decir: “quiero llevar La flauta mágica a la televisión”. “Bien, hagamos eso también”, dijo Enhörning, y así básicamente se tomó la decisión. [...] Sin el entusiasmo inmortal de Magnus Enhörning, La flauta mágica nunca se habría hecho. Nunca se cansaba y, como no había nacido ayer, conocía todos los trucos en el negocio y sabía cómo tomar las decisiones más sabias.
Lo primero que necesitábamos era un director de orquesta. Pregunté a Hans Schmidt-Isserstedt, un viejo amigo. En su inimitable acento, me respondió: 'Nein, Ingmar, nicht das alles noch mal! (¡no, Ingmar, por última vez, non!). Así se responde precisamente a la paradoja de La flauta mágica: musicalmente es complicada como para enloquecer. A pesar de eso, al director acaba por recompensársele el esfuerzo. El siguiente al que recurrí fue Eric Ericson, a quien admiraba y respectaba como maestro de coros y director de oratorios. Respondió con un no definitivo. Pero no me rendí. Poseía todos los talentos que quería en un director: un ardiente candor en su aproximación a la música, pasión por la interpretación y, sobre todo, la sensación de una voz natural, que desarrollara a lo largo de su fabulosa carrera coma director de coros. Finalmente, aceptó.
Ya que no estábamos representando La flauta mágica en escena, sino frente a un micrófono y una cámara, no necesitábamos grandes voces. Lo que nos hacía falta eran voces sensuales y candorosas con personalidad. Para mí también era absolutamente esencial que la obra estuviese representada por actores jóvenes, próximos de forma natural a vertiginosos cambios emocionales entre la alegría y la pena, entre el sentimiento y la reflexión. Tamiro debe ser un joven guapo. Pamina debe ser una chica guapa. Y ya no digamos Papagemo y Papagena.
Extraído de la biografía de Ingmar Bergman Images: My Life in Film, Bilder, (Norstedts Förlag, Estocolmo, 1990)