Eyes Wide Shut

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El doctor William Harford y su esposa, Alice, viven en un lujoso piso de Central Park. Asisten a una fiesta en casa de su amigo Ziegler. Allí, ambos coquetean con otras personas. De vuelta a casa, una confesión de Alice trastorna a Bill. Este se ve obligado a marcharse y visitar la casa de uno de sus enfermos. Comienza una noche turbadora, pesadillesca, en la que Bill se ve sobrepasado por acontecimientos y emociones. El último filme de Kubrick puede resultar hoy, 20 años después, al margen de las publicidades y ecos de sociedad de entonces, todo un (re)descubrimiento. Ambientado en unas navidades de atmósfera obsesiva, nos cuenta, entre otras muchas cosas, la historia de un matrimonio, o, como decía Michael Herr, al igual que sucede en La flauta mágica de Mozart (y la música es esencial), “un cuento de hadas en el que hay una búsqueda peligrosa, posiblemente éterea, pero que al final resulta fructuosa”. Versión de la (muy) perturbadora narración literaria Relato soñado, Kubrick se despide del cine con referentes de raíz europea -de Ophuls a Lubitsch o von Sternberg-, mostrando sus virtudes con un (complejo) equilibrio entre lo oscuro y lo luminoso de nuestra condición, una auscultación llena de capacidad onírica.