
Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más...
Federico Luppi, Elsa Daniel, María Vaner, Edgardo Suárez
- 60 min.
Es la historia de una seducción y enamoramiento entre dos personas de pueblo, en la provincia de Mendoza: el Aniceto (Luppi) y la Francisca (Elsa Daniel), una chica "decente" y dulce, "la santita" del Aniceto. Pero el Aniceto también seduce y es seducido por Lucía (María Vaner), apasionada, sexual, "la putita" del Aniceto. Las dos mujeres se enfrentarán como en una riña de gallos (el Aniceto es gallero). Cuando el romance con Lucía se rompe por decisión de ella, el Aniceto se queda solo y comienza a darse cuenta de lo que perdió.
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Dos palabras sobre ‘Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unos pocas cosas
Fernando Martín Peña (Con los ojos abiertos)
Amar y ser amado. Cine y Leonardo Favio: El romance del Aniceto y la Francisca
Canal Encuentro
Elsa Daniel, María Vaner y los nuevos cines argentinos
Lucía Salas (La vida útil, nº7)
Elsa Daniel y María Vaner fueron las actrices del nuevo cine argentino. Sus voces, sus rostros y sus formas de moverse fueron la primera línea de su renovación estética. Cada una trazó un mapa para su historia del cine argentino, y esos mapas se cruzaron pocas veces. Primero en El octavo infierno, cárcel de mujeres (1964), de René Mugica, después en Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… de Leonardo Favio (1967) y por último en La balada del regreso de Oscar Barney Finn, de 1974. De las tres, solo una está disponible: la de Favio. El octavo infierno… estuvo perdida, y La balada del regreso no existe en digital. Es en El romance… que parece materializarse una idea que las acompañó en su presencia en el cine, anterior y posterior, una división secreta de los espacios que ocupó una y la otra: Elsa Daniel fue la cara del adentro (la que hizo público el espacio privado) y Vaner fue la cara del afuera (la que vivió el espacio público como intemperie). Frente a esa idea que acompañó al cine de su generación (y que sería uno de los nudos que la ataría con la generación del 90), Favio hizo una película en la que las dos se enroscan alrededor del mismo hombre, el Aniceto (Federico Luppi), que hace de esa geografía un drama descarnado.
A los ojos de sus actrices y actores, Favio les inventa una gramática y una velocidad. En un pueblo chico de Mendoza baja de un colectivo una chica joven. Lo primero que se ve es una calle vacía y, después de un travelling hacia la vereda, a un hombre que se apoya contra una pared con todo el tiempo que le sobra, creando con ese movimiento un espacio que es elástico, largo como ese tiempo mismo. Francisca (Daniel), una chica de apariencia tímida y modesta, se baja del colectivo y comienza a mirar vidrieras. Aniceto (Luppi) la mira hasta que ella le sonríe y, cuando lo hace, él se acerca. La cámara lo sigue rápido, y esa velocidad del movimiento se intercala con planos de Francisca bajando la mirada. En un momento la cámara gira con ella como centro hasta que Francisca (y Elsa Daniel) levanta la mirada con curiosidad. El mundo se ordena a su alrededor. Lo siguiente que vemos es a Aniceto durmiendo de espaldas sobre la Francisca, su espalda repleta de pecas. Cuando Aniceto ve por primera vez a Lucía (María Vaner) es después de una obra de teatro. Él y Francisca vivieron juntos, estuvieron un tiempo sin verse (él fue a la cárcel), ella ya se confinó entre su casa y la del farmacéutico, donde es empleada doméstica. Lucía mira fijo a Aniceto, lo mira y tiene los ojos negros bien maquillados, también de negro. Mucho delineador, mucha sombra y todo el peso del mundo. La mirada, en cambio, es un poco burlona. Entre esos dos momentos se construye y se destruye una película.
Cuando se crucen Francisca y Lucía la gramática también será de miradas. Se cruzan en un lugar olvidado y central, la canilla que alimenta de agua a todo el loteo. Un lugar que forma parte de ambos universos: la casa y la calle. Que extiende la casa sin agua corriente metros y metros. Que mete la calle, la gente, los vecinos dentro de la vida de las familias. Lucía encara a Francisca con una mirada burlona, pero Francisca, inesperada, le hace bajar la mirada con todo el peso de su odio, de las noches y noches de imaginarla y detestarla. Ahí, quizás, la Francisca comienza a dejar al Aniceto sin saberlo. Al encontrarse en esa intimidad a cielo abierto con Lucía.
El proceso de la película es de miradas: la Francisca va de la esperanza al amor, y del amor a la tristeza. Lucía, del deseo al erotismo, y del erotismo al desprecio. Ese proceso tiene un silencio que está hecho de segmentos y fragmentos. El romance… es una película rapidísima, con la velocidad con la que se derrumba una vida. Con la velocidad con la que una se mueve afuera y la otra se encierra, con la que una circula entre hombres y la otra atiende a uno solo. El proceso de la película es también construir sobre eso que ya a esta altura es una tradición: Elsa Daniel es la ingenua, la santita, la habitante de interiores derruidos, aunque esta es quizás la única película, junto con La casa del ángel (1957), en la que Daniel es verdaderamente ingenua. Francisca se enamora de Aniceto muy rápido, y más rápido se encierra para él. Sale, literalmente, de circulación. Favio describe en el cine los destinos de las actrices. Lucía no yira, pero está siempre dando vueltas. Es como si no tuviera techo: si quiere ser, tiene que estar afuera. Es pura circulación, y asume por eso su destino de fatal tanto como la otra asume el de madre santa. Aniceto, en cambio, puede hacerlo todo: puede salir, entrar, salir y volver a entrar a otra casa, a otra cama ajena, y sin embargo con todo eso no hace nada más que cavarse una tumba: vende a su ser más preciado, su gallo de pelea, y se mete a una casa ajena a buscarlo, la casa de un hombre que decide que una vida vale menos que un traspaso de medianeras.