Punto de Vista: Jonathan Schwartz
Del 26 de marzo de 2019 al 27 de marzo de 2019
(…) Si las películas de Jonathan tienen una edad, esa es la infancia. Encarnan su propio asombro infantil ante el mundo y la magia del celuloide: sus movimientos rítmicos, sus conexiones intelectuales, su paradójica detención y desbloqueo del tiempo. Y un foco recurrente de su atención cinematográfica es la infancia de su hijo Henry y sus amigos. El hecho de convertirse en niño está cargado de curiosidad, pero también de “una cierta inquietud” (por citar el título de una de sus miniaturas; A Certain Worry) –la inquietud del niño, pero también la del amoroso padre/artista que observa la existencia de su hijo y revisita su propia niñez tres décadas y media después.
Si las películas de Jonathan tienen una estación, esa es el invierno. Puede ser un invierno que apenas se desprende del otoño, o un invierno de sonidos nítidos y texturas blancas y sólidas, o incluso un invierno en decadencia con la promesa de una primavera incipiente que se abre paso a través de las superficies heladas. Su cámara repetidamente converge con cuerpos que patinan, con la excitación de los saltadores de esquí, con paisajes envueltos en nieve y hielo. Pero el invierno también puede ser duro; se congela, se detiene y se enfurece ante los flujos de emoción; trae consigo las fisuras y las crisis de la vida posterior, como insinúa en una de sus últimas películas.
Por encima de todo, las películas de Jonathan son encuentros con la vida en su constante discurrir. En sus diarios de viaje, son encuentros con lugares que sabe que no puede abarcar, solo aludir a ellos. Aquí encuentra o provoca gestos y miradas que al mismo tiempo revelan y ocultan, pero son una prueba del intercambio fundamental en su idea de lo que significa ser humano. Y es que, el encuentro de miradas, a veces torpes, a veces cautivadoras, siempre tiernas, es vital en toda su obra. Varias de sus películas no son solo encuentros en la diégesis de la película, sino misivas después del hecho, dedicadas como regalo a su hijo, a su esposa y a su pareja en los últimos tiempos de su vida. Y cualquiera que sea su contenido ostensible, todas ellas son exploraciones del ser humano y de su devenir –un ser-con-otros que debe reconciliarse con su propia transitoriedad–, y un devenir que se manifiesta, en parte, como un proceso de aparición y desaparición.
Combinando su radical espontaneidad en el gesto con su atención a la forma cinematográfica y al montaje, las películas de Jonathan actualizan el paso del tiempo a través de una devoción al presente, a la presencia. Pero esta presencia lírica es consciente, simultánea y constantemente, del inexorable paso del tiempo y de la ansiedad que provoca la inevitable mortalidad. El caprichoso y contagioso sentimiento de asombro de Jonathan, tanto en sus películas como en su vida, se mezcla con episodios de angustia. Es “difícil aterrizar” como él dice –pues algunas cosas desaparecerán. Y debemos actuar “como si aferrándonos pudiéramos salvarnos” por citar a uno de sus poetas favoritos, Galway Kinnell.
Yo también me aferro a mis recuerdos de su espíritu burlón y amable, y a sus películas, como regalos que encarnan, igual que él, apariciones y desapariciones.
Irina Leimbacher, comisaria del programa
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Agradecementos: Irina Leimbacher, Garazi Erburu, Garbiñe Ortega/Punto de Vista; CCCB; Filmoteca Española; Canyon Cinema.
Con la colaboración de