
Play-Doc: Elaine May
Del 3 de junio de 2025 al 28 de junio de 2025
Cualquier ocasión que se presente de ver en el cine una película de Elaine May es una ocasión que no debe dejarse pasar. De los momentos de vulnerabilidad de sus imperfectos personajes a las acerbas e incomparables ocurrencias que hacen que en cada risa suene el eco de una idea común de lo que constituye la experiencia humana que compartimos, los filmes de May son testimonios perdurables no solo de su genialidad, sino también del gozo y dolor singulares de vivir el cine en compañía de otros.
De May, nacida en Filadelfia de padres actores, se dice que de niña formó parte del grupo de vodevil yidis que tenían ellos, aunque sería prudente tomar con ciertas reservas cualquier dato biográfico suyo, ya que May se recrea distorsionando su propio mythos. Más adelante se matriculó en la Universidad de Chicago, donde conoció a su futuro colaborador Mike Nichols (también cineasta de renombre que dirigiría películas como ¿Quién teme a Virginia Woolf? y El graduado). Juntos formaron Nichols y May, el pionero dúo cómico cuyos agudos cuadros satíricos redefinieron la comedia estadounidense en los 60. A partir de ahí, May se pasó a la escritura de guiones, la actuación y la dirección, si bien su legado como realizadora careció de reconocimiento durante décadas. En los últimos años, su trabajo goza de un decisivo renacer que brinda más oportunidades para visualizar sus películas de la forma en que se concibieron para ser vistas: en las salas, con más cinéfilos en torno a uno.
El rompecorazones (The Heartbreak Kid, 1972) lleva mucho tiempo siendo notoriamente difícil de ver, lo cual se debe, en gran medida, a complicados problemas de derechos que se derivan de su producción y distribución originales a través de empresas ya desaparecidas. Pese a que en los últimos tiempos se ha proyectado en cines con mayor frecuencia, continúa sin estar disponible en vídeo doméstico ni en las plataformas de transmisión de contenidos multimedia. El guion se atribuye al dramaturgo estadounidense Neil Simon —quien al principio insistió en que May no cambiase nada del diálogo (a pesar de que a ella le encantaba improvisar)—, pero la historia del apocado Lenny (Charles Grodin), de su reciente matrimonio con Lila (Jeannie Berlin, hija de May) y de su obsesión con la diosa gentil Kelly (Cybill Shepherd) es, inconfundiblemente, la de la propia realizadora. Las maneras de comportarse de Lenny, autodespreciativas e idiotas, resultan emblemáticas del humor de May, no obstante lo cual la película suscitó la polémica por su retrato, supuestamente estereotipado, de los judíos (la propia May lo es) y del trato que dispensan a las mujeres.
La oportunidad de hacer El rompecorazones le vino dada por el éxito de su primer filme, Corazón verde (A New Leaf,1971), el cual fue una especie de manifestación de la fuerza del destino: May escribió el guion y después se le ofreció la ocasión de dirigirla, cosa que al estudio le salía más rentable. Esta comedia negra romántica se centra en el Henry Graham encarnado por Walter Matthau, un acaudalado diletante que descubre que ha dilapidado su vasta fortuna y debe casarse para mantener su fastuoso estilo de vida. Se decide por Henrietta Lowell (May), heredera huérfana metida a profesora de botánica, y concibe un plan para casarse con ella y luego asesinarla con objeto de reclamar su fortuna. Se trata, con mucho, de la película más tierna de las de May, aunque no deliberadamente: la versión original de la cineasta era de tres horas y media de duración y contenía, de hecho, algunos asesinatos que llevaban al sorprendente desenlace. Al cabo, a esa versión se le dio carpetazo y lo que queda es algo que ella prefiere que el público no vea; llegó incluso a demandar al estudio para que suprimiesen su nombre.
May no se debe sino a su visión, compromiso que alcanzó su cumbre durante la producción de su película Mikey y Nicky (Mickey and Nicky, 1976). El filme está protagonizado por John Cassavetes y Peter Falk como gánsteres que se ven enfrentados a la larga historia que comparten cuando Nicky (Cassavetes), tras robarle dinero a su organización, intenta huir de la ciudad. Parece que Mickey (Falk) quiere ayudarle…, hasta que salen a la luz sus intenciones, más taimadas. Se trata de un desgarrador estudio de la amistad masculina (hoy en día se abusa del término masculinidad tóxica, pero no deja de ser acertado para describir las restricciones emocionales que ahogan a estos hombres), así como un testimonio de la integridad artística de May y de a qué extremos está dispuesta a llegar para preservarla. El rodaje en sí fue caótico, pero el proceso de montaje resultó serlo aún más y superó el año de duración. En cierto punto, May incluso tomó como rehén el material cuando el estudio intentó hacerse con el control, lo que desembocó en una prolongada batalla jurídica por unos rollos de película que faltaban y que no fueron devueltos; al final, sí se restituyeron, y May supervisó lo que faltaba del montaje.
A pesar de que no ha vuelto a dirigir un largometraje desde Ishtar (1987) —película que siguió a la brutal posproducción de Mickey y Nicky y vino acompañada de sus propias e infames luchas en el ámbito de la producción—, su legado como cómica, guionista y realizadora no deja de ser impresionante. Además de los guiones cuya autoría tiene atribuida, como los de Una jaula de grillos (The Birdcage) y Primary Colors, también fue una solicitada —y, a menudo, sin atribución— asesora de guiones. En el año 2019, May ganó un premio Tony por su actuación en The Waverly Gallery,de Kenneth Lonergan, en lo que constituyó su primera aparición en Broadway en más de cincuenta años, y en 2022 recibió un Óscar honorífico, lo que empezó por fin a poner remedio al pobre reconocimiento de que había gozado una de nuestras mayores artistas vivas. Porque Elaine May es, simplemente, una leyenda viva: la agudeza de su ingenio, su hondura emocional y su visión sin concesiones siguen dando forma al cine y la comedia estadounidenses.
La inaprensible genialidad de Elaine May
Por Kat Sachs
Con la colaboración de