Qué difícil es ser un Dios
Trudno byt bogom
Leonid Yarmolnik, Aleksandr Chutko, Yuriy Tsurilo
- 177 minutos
Un grupo de científicos es enviado a Arkanar, planeta donde impera un régimen tiránico en una época que se parece extrañamente a la Edad Media.
Mientras los intelectuales y los artistas autóctonos son perseguidos, los investigadores tienen por obligación no interferir en el curso político e histórico de los acontecimientos. Desobedeciendo a sus superiores, el misterioso Don Rumata, a quien el pueblo atribuye poderes divinos, va a desencadenar una guerra por salvar a algunos hombres de la suerte que les ha sido reservada…
Adaptado de la novela de ciencia-ficción de Arcadi y Boris Strugatski, autores de Stalker.
(Capricci)
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Qué difícil es ser un dios, de Arkadi y Borís Strugatski
Propuesta de lectura (la novela en la que se basa el filme)
Trailer del filme
Versión original subtitulada
En Qué difícil es ser un dios, los hermanos Arkadi y Boris Strugatsky, cuyo Picnic junto al camino inspiró Stalker (1979) de Andrei Tarkovski, convirtieron en perdurable materia literaria los desvelos de un historiador terrícola, observador en un planeta extraterrestre anclado en una perpetua Edad Media. En los tormentos interiores de ese protagonista obligado a no intervenir en una realidad oscura se podía leer una clara metáfora del dolor del intelectual atado de pies y manos bajo un estado totalitario.
En 1989, para desesperación de los Strugatsky, que siempre soñaron con una adaptación firmada por el radical Aleksei German, el alemán Peter Fleischmann llevó la novela a la pantalla en El poder de un dios, una superproducción tan aparatosa como académica que los escritores se encargaron de repudiar públicamente. Ni los Strugatsky, ni el propio director de la película han vivido para verlo, pero, finalmente, el sueño de los autores —y (casi) el titánico proyecto de una vida para German: un proceso creativo de trece años— es, finalmente, una realidad: con sus cerca de tres horas de exigente metraje, Qué difícil es ser un dios, con la imponencia de documento hallado entre las ruinas de un pasado remoto, avasalla al espectador y demuestra la vigencia del mensaje del libro, escrito en 1964, en unos tiempos en los que, como en una versión de andar por casa del protagonista, cualquiera puede seguir en tiempo real el avance de una nueva Edad Oscura contemplando un telediario.
Si en Blanche (1972), Walerian Borowczyk creó la ilusión de una película rodada en plena Edad Media a través de movimientos de cámara y composiciones de plano inspirados en retablos medievales, German tomó como referencia las pinturas de Brueghel el viejo para convocar un universo orgánico, agobiante, emético e inabarcable, capturado en crudo y texturizado blanco y negro, que su cámara recorrió en virtuosos y abigarrados planos secuencia, habitados por el embrutecimiento de una masa cómplice, en su brutal inercia, de un poder en perpetua guerra contra la inteligencia y la sensibilidad. Qué difícil es ser un dios propone una incómoda inmersión en la barbarie sin bombona de oxígeno: una obra mayor que pide (y merece) entrega incondicional.
Jordi Costa, El País