La cicatriz interior

“Comienza entre Garrel y Nico una historia de amor y de dependencia que atravesará los años 1970. Harán siete filmes juntos.

La cicatrice intèrieure, el primero de ellos, es la versión mineralizada de su historia: un cuento amoroso y violento en un mundo desértico. La película, interpretada por Nico, Garrel, Pierre Clémenti y su hijo Balthazar, se filma sucesivamente en el desierto californiano, en una cueva de Italia, en el valle de los reyes de Egipto y en glaciares islandeses.

Agotado por el rodaje, insatisfecho por no haber logrado, cree él, actuar correctamente en su propio filme, Garrel, en ese momento en Roma, tiene una crisis en la que rompe bajo los efectos del LSD las puertas de la Villa Medici. Detenido por los carabineros a primera hora de la mañana, lo internan. Fréderic Pardo, siguiéndole la pista, se da cuenta de lo que ocurre e informa inmediatamente a Nico de que se está practicando sobre Philippe una terapia de electrochoque (así “curaban” a los drogadictos en Italia y Francia) que le está quemando los recuerdos, borrándolos, dejándole un hueco en su memoria difícil de sellar. Nico saca de allí a Garrel. Vuelven a París antes de disponerse a acabar La cicatrice intérieure. En paralelo, Nico escribe su álbum más célebre, Desertshore (que sale a finales de 1970 en el sello Reprise nº#6224). No solo un fotograma del filme – Nico subida a un caballo del que tira su hijo Ari – se utilizó en la portada, es que la película y las canciones son indisociables: Garrel le da ritmo a sus planos en función de un movimiento interior iniciado por el ritmo punzante de una pieza de Nico. Esta misma pieza va a surgir en el filme como si se emitiese desde la imagen.

En París, la pareja vive en el número 29 de la calle Richelieu, en un apartamento sin calefacción, ni agua caliente, ni electricidad, iluminado por velas. El “éxito” en 1971 de La cicatrice intérieure ante la generación hippie (las 126 plazas de La Pagode, el único cine que la proyecta, se ocupan cada noche) otorga a Garrel la valentía física y moral para realizar otras cintas, en un sistema cada vez más precario: la película está casi siempre caducada, a veces por diez o doce años, encontrada dando vueltas por los laboratorios. Chevereau, célebre por alquilar cámaras en la calle Chine, tiene la clemencia de prestar su material por cantidades simbólicas. Los filmes, a veces mudos, a veces acompañados por la música de Nico o del grupo cósmico alemán Ash Ra Temple, describen una suerte de era glacial tras el 68, un mundo interior, helado, sostenido en mármol, donde el discurso ha cedido paso a una contemplación vitrificada”.

En Philippe Garrel en substance, de Philippe Azoury (Capricci, 2013), pp. 24-26.