Dhogs
Dhogs
Melania Cruz, Antonio Durán “Morris”, Miguel de Lira, Carlos Blanco, Iván Marcos, María Costas
- 87 minutos
El filme conecta seis tramas que alternan la intriga, la obsesión y la sensualidad. Una película de historias paralelas que giran en torno a una serie de peculiares personajes: una hermosa mujer, un hombre de vida oscura, un taxista y un viejo ex-militar. (Gaitafilmes)
Trailer del filme
Versión original
Crítica en The Hollywood Reporter
Jonathan Holland
Los debuts que mezclan influencias de varios directores tiene una tendencia a construir un dramático disparate, pero la tensión y la concentración de Dhogs implica que el gallego Andrés Goteira esquiva la cuestión con habilidad. Goteira tiene claramente incrustada la influencia de David Lynch, Michael Haneke, Taxi Driver, Straw Dogs o incluso Holy Motors para ocurrírsele un a menudo auténtico e insólito multijugador sobre personas que se tratan de modo bestial las unas a las otras. A pesar de su excesiva astucia con la cuarta pared y su incesante pesimismo, Dhogs logra conseguir una perspectiva interesantemente retorcida a su manera y resulta densa, con una estética y atmósfera memorables que sugieren que Goteira pronto tendrá algo más que mostrar.
Un conductor de taxis con una cara de absoluto miserable (Antonio Duran "Morris") conduce por la noche antes de recoger a un hombre de negocios lejos de casa, Ramón (Carlos Blanco), quien discute tensamente banalidades de familia con su mujer antes de que lo dejen en un hotel. En el bar se encuentra con Álex (Melania Cruz), quien abierta y sorprendentemente le sugiere a Ramón, de mediana edad, que practiquen sexo: “me gusta hacer sentir a la gente incómoda”, le dice, adoptando, se supone, las propias ambiciones del director. Como en buena parte de la película, se construye mucho suspense en esta escena y el espectador se preguntará si a Ramón lo están metiendo en una trampa con un destino desagradable de impacto, pero no es el caso (parte del interés de Goteira radica en por qué el espectador debiera sentir esto).
A partir de aquí, sin embargo, al suspense, y hay mucho, le sigue todo el rato desasosiego — para Álex en particular, ya que deja el hotel y la sigue por las calles un joven y fanfarrón chico duro sexualmente frustrado, citado en los créditos como Juan Nadie (Iván Marcos). Las cosas acabarán muy lejos de la pequeña ciudad gallega donde se desarrollan los acontecimientos, junto a una camioneta en el desierto de Almería. Se incluirá una gráfica violación, un extraño equipo madre/hijo (María Costas y Suso López) que gestionan una gasolinera rural, un curtido ermitaño que lleva una máscara de conejo (Miguel de Lira) y un perro moribundo. Es lúgubre, áspera y a menudo difícil de mirar, con un Goteira que construye las escenas del desierto como la venganza hipócrita y misógina de la sociedad por la apertura sexual de Álex del inicio.
La rareza, de variedad minimalista, llega en abundante suministro — nunca tanto como cuando el miserable taxista reaparece entrando en una nave industrial vestido con ropa de mujer para despezar violentamente un pedazo de carne. Añádase a todos estos hechos que la cuarta pared no deja de romperse y que lo que vemos está siendo presenciado simultáneamente por un público en pantalla que a veces irrumpe con espontáneos aplausos — y que puede que sean un videojuego jugado al azar por un crío — y está claro que Dhogs (un nombre compuesto de “dogs / perros” y “hogs / cerdos” para representar una mezcla incómoda de sumisión y agresión que los humanos compartimos) queda peligrosamente cerca de los límites de la pretenciosidad de las escuelas de cine.
Pero la rareza difícilmente se siente exagerada o gratuita. Goteira maneja el ritmo y su estética con pericia, haciendo de Dhogs una experiencia tranquilamente perturbadora: la secuencia que sigue a la de la camioneta, con una variedad de perspectivas y distancias focales puestas en juego con inteligencia, intenta en buena medida compensar el opresivo recordatorio de que, como ya sabemos bien, somos los receptores pasivos de cosas terribles a la manera de Funny Games. (...) (Jonathan Holland, The Hollywood Reporter)