
Zumiriki
Oskar Alegria, Arnaud Andaguru
- 122 min.
¿Es posible viajar dos veces al mismo recuerdo? El cineasta construye una cabaña de madera en una orilla aislada del río cerca de la isla donde jugaba en su infancia, hoy anegada por la construcción de una presa que ha dejado la tierra invisible. Los árboles de la isla permanecen sin embargo todavía en pie, como mástiles de un juguete roto en medio del agua. El aire entre los troncos será el único espacio posible para revivir el pasado.
Zumiriki es un naufragio en la memoria, una experiencia de cuatro meses aislado en una cabaña de madera en el bosque de la infancia, con la sola compañía de dos gallinas, un pequeño huerto y un reloj detenido para siempre a las 11 y 36 y 23 segundos.
- Ano:2019
- Países de producción: España
- Guión: Oskar Alegria
- Fotografía: Oskar Alegria
- Montaje: Oskar Alegria
- Productora(s): Emak Bakia Films
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Pensar, mirar, buscar
Vicente Molina Foix (Letras Libres)
Reportaje sobre la presentación del filme en el festival de Venecia
Agencia EFE
Comentario sobre el filme
Miguel Marías (Madrid, decembro de 2020)
Zumiriki es una película de expectativas, o de expectación, más que un espectáculo, porque ni se impone al espectador ni se ofrece abierta e invitadora más que al que se reconozca en alguno de sus senderos forestales semiocultos: la infancia, los recuerdos, el lado grato de una familia y unos hermanos numerosos. Todos sentimos envidia de Guillermo Brown y sus proscritos, con sus jardines más o menos asilvestrados, sus cobertizos y sus cabañas arbóreas, y algunos consiguieron algo semejante.
Me gusta cómo se agolpan, sin verdadero desorden, quizá con el orden que imponen o sugieren las asociaciones mentales o visuales o sonoras, y los azares y las casualidades, los sucesivos aspectos - más que temas - que, como los enciclopedistas originales, Zumiriki va apuntando y recorriendo, un poco como un eco oral y visual de las películas en 8 o Super 8 y los cuadernos del padre de Oskar Alegria, cumpliendo esa misión "embalsamadora de la realidad" que le atribuyó André Bazin al cine, y que permite hoy mantener aún vivas tantas cosas idas o destruidas o borradas, sean edificios, paisajes, palabras, melodías, relatos míticos, figuras legendarias, que aparecen y reverdecen en medio de un río empantanado en un bosque navarro y que pueden parecer incongruentes y no lo son, como el recuerdo de la tradición de los navegantes vascos, el vocabulario (tanto euskera como castellano) del campo, que se pierde y ya pocos conocen. Es quizá una manera de dar una prórroga, una posibilidad adicional de recuerdo, y en cierto sentido de supervivencia, a "las cosas que hemos visto", como decían tanto en Campanadas a medianoche, y que es dudoso que las nuevas generaciones vayan a ver, por lo menos del mismo modo.
Una película que invita a recordar y repensar en múltiples direcciones y que abarca una cantidad inverosímil de materias de reflexión. Cine que invita a lo que me parece que hoy menos se hace en todo el mundo: pensar.